lunes, 8 de noviembre de 2010

Angustia y metro


No sé si quiero saber. Hoy después de levantarme, ducharme, vestirme, etc, he ido a coger el metro. Vaya novedad (diría yo), pues sí, lo ha sido. He paseado un poquito más y lo he cogido en otra estación, más pequeña, de aquellas de barrio que nadie reforma por que hasta-aquí-no-llegan-turistas. En fin, la estación. He ido a picar el billete y ha marcado pero el torno no ha girado. Guay. Con la maravilla de las t-50 uno no puede volver a picar, por el rollo del unipersonal, así que he saltado la valla con la conciencia bien tranquila (como sabrás, estas cosas sólo ocurren en las estaciones de barrio, por que para saltar una del centro tienes que ser plusmarquista de salto con pértiga). Total, que he bajado al andén y he visto al guardia de seguridad en la otra punta. Le he mirado desafiante y me he apoyado en el muro abovedado (ahí se notan tantos años de arquitectura), esperando al convoy.

Éramos unas cuantas almas con cara de sueño y auriculares desprecia-mundo. Viene el tren y un tipo de unos cincuenta, con cara... indefinible, entre angustiosa y nerviosa da unos pasitos, cada vez más rápidos, hasta el borde del andén, justo cuando entra la máquina. Me he quedado blanco. ¿Qué está pasando aquí? a sólo tres metros de un tipo que se asoma al abismo... El tren para, bajan pasajeros y con la cara blanca y el ceño fruncido entro al vagón. Miro por si ha subido con nosotros y no le veo. Pienso a toda prisa entre los pitidos que cierran las puertas. ¿Realmente se quería tirar? No puede ser... ¿o sí?. El tren arranca y por la ventanilla logro verle de pie en el andén. Da miedo su cara, sus ojos... no está aquí, no está en este mundo. Empiezo a pensar que estoy haciendo algo mal, que debería avisar a alguien. Ahora el angustiado soy yo, mientras el tren recorre otra estación. Las puertas se abren, entra más gente y sale poca. Tengo demasiada imaginación... eso debe ser. De nuevo el tren arranca y llega a otra estación. Las puertas se abren, la gente entra y entra y sigue entrando, pero las puertas no se cierran. El tren está parado. Se queda parado durante cinco minutos y me vuelvo a angustiar... y si... ¿y si realmente se quería tirar y lo ha hecho?. Una voz por megafonía dice que el servicio en toda la línea se ha parado por un acto "incívico". ¿Incívico?... supongo que suicidarse no es incívico y en todo caso... me parecería monstruoso el eufemismo. Inmediatamente, el pitido de las puertas vuelve a sonar, se cierra y el tren se pone en marcha. Respiro un poco aliviado, pienso que igual algún gamberro ha hecho algo y ya se ha solucionado todo. Llego a destino como sardina en lata. Salgo, me voy a la cafetería y luego al trabajo. Pasa toda la mañana, y me olvido del asunto. Todo ha sido cosa de mi imaginación, aunque me digo que mañana iré a la misma estación para comprobar que el tipo sigue ahí y que ... bueno, igual le gusta vivir peligrosamente. Antes de salir, oigo a una compañera de trabajo que cuenta lo tarde que ha llegado por que el metro no funcionó por la mañana y tuvo que coger el autobús.

Prefiero no saber. Mañana cogeré el metro en la estación de siempre, pero por si acaso... lo siento.

5 comentarios:

  1. Por desgracia, creo que no tuviste mala intuición. En las ciudades pasan estas cosas cada tanto, es así de triste. Y sí, la palabra "incívico" aplicada a eso no es muy apropiada.

    Hablando de ciudades y cosas incívicas, debo decirte que hace una hora tenía delante del escaparate de mi trabajo a una loca que como falda llevaba un pareo, pareo que se ha quitado dejando al descubierto su culo blanco y plano; y todo delante de mis narices.
    Lo siento, tenía que decirlo.

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  2. Joé, tío, qué angustia me has dado... Espero que al final no pasará nada... =/

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  3. Pek... ¿tan feo era el culo que te pareció incívico?

    Zorro... pues no sé si pasó o no pasó... de todas formas, gracias por venir a dudarlo conmigo.

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  4. Vos saltando la valla? vaya, vaya... ese fue el primer augurio de que no debías subir a ese tren... El universo y tu imaginación hablaron.

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