jueves, 19 de noviembre de 2009

La niebla


De repente un día, sin venir a cuento, vino la niebla. Como si esta ciudad se hubiera convertido en un London cualquiera, aparece, lo llena todo y todo lo difumina. A mí, la cabeza; por eso ese día no comí y me fui a pasear donde-nadie-me-iba-a-encontrar. La niebla se presentó como se presentó la duda y eso para un creyente (a secas) no es cosa para no tener en cuenta. Paseé y me perdí, pero no por que no viera, si no por que lo suelo hacer de vez en cuando (no sé por qué, pero sí para qué) con la idea de encontrar lo importante. Estos procesos subconscientes empiezan a maquinar cuando los conscientes no saben por dónde tirar. A veces el pasado (los gestos aprendidos, o vicios, que también es un modo de verlo) es/son un potente imán y desapegarse es una tarea que requiere cierto esfuerzo. No hay que desestimar la ayuda de talismanes, fetiches y lo-que-nos-hace-bien, para contrarrestar esas ganas voraces del paso lateral (de cangrejo) que parece estar siempre agazapado y esperando.
La niebla, se metió en todas partes, nos envolvió por fuera y por dentro y a mi, desenfocar me vino bien para verte un poco de lejos y recordar y comprender que uno es más, o puede ser más, cuando se difumina y pierde su contorno, su perfil, su sombra negra y afilada, siempre presta a definirle.

martes, 10 de noviembre de 2009

Mira, mira, ahora sin manos...


Uno recuerda cuando empezó a montar en bicicleta y el asfalto (inclemente y tozudo) le esperaba para reclamar su trocito de piel y su cuota de sangre. Recuerda las ruedecitas ridículas que revelaban la condición de pequeño (o torpe) y cómo fueron desapareciendo, primero una y luego la otra. Recuerda incluso cuando Papá agarraba el diminuto porta-maletas de la BH azul y le decía: Venga, tu dale que yo no te suelto. Y le soltaba. Y uno no sabía cuando ocurría la traición por que estaba demasiado absorto conservando el equilibrio y la compostura. Muchas veces caía y no llegaba a comprender (mirando alrededor) qué había fallado, hasta que veía a Papá más atrás y comprendía que le habían soltado sin avisar.
Al final uno acaba aprendiendo, sea por habilidad o por terquedad y un buen día deja de caerse y no satisfecho con ello, sigue tentando a la suerte y al terrible asfalto que le mira expectante y soñador.
Ayer le dije adiós a R. A escondidas le llamaba como se llamaba un payaso de la familia Milikita, quizá para quitarle hierro a la persona o más bien, para quitarle la gravedad (de peso metafísico) de lo que representaba. Empezó nuestra relación contractual y tácita hace casi dos años. Quería una pócima, un remedio, algo que me librara de espantos y dudas. Llegué a pensar que un día, un nuevo yo, se levantaría y sería el tipo más feliz de la Tierra. Pues no. R. me condujo un ratito y me dejó solo y solo me quedé. Sé que aprendí y sé que todavía quedan muchos "mira-mira-ahora-sin-manos". Tantos como quiera. No me dio pena decirle adiós y no miraré hacia atrás con mirada acusadora cuando me recoja el asfalto. Ahora toca sin ruedecitas, sin mano que acompañe y delante está todo-lo-que-yo-quiera.

Vamos "pallá"!.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Vivir en un faro


Ella compró una revista. En realidad compró unas cuantas, por que estaban rebajadas y por que casi todas hablaban del lugar a dónde quería ir. Él eligió una, por que cuando la abrió vio un faro rodeado de agua y eso le pareció una señal. Él no quiso, ni quiere, ni le interesa, desentrañar todos los significados pseudosexuales y fálicos que encierran los faros. A él le interesa el olor a mar y a salitre, el frío que cala huesos y pensamientos y la voluntad de querer ser dónde nunca le invitaron. Así ve esa construcción, ese edificio o templo o museo (que todo es) a la persistencia, al aviso de quien viene y va y se pierde y no ve nada.
Un faro es un grito, un gesto que te agarra el brazo si cruzas sin mirar, un estoy aquí pero no te acerques. También es límite y frontera y torre que no sirve para mirar, si no para ser visto. Es una atalaya inversa. Habla un idioma de luces y silencios para quien los sabe leer y habla de la tierra que guarda para quien la sabe añorar. El mar, al fin y al cabo es tránsito, es espacio sin tiempo donde todo (o nada) pasa. Él ve esas fotos de costas salvajes, terribles y llenas de rabia donde el mar se desahoga y hiere y mientras más mar ve, más faro, más roca, más tierra quiere hacerse. Encuentra su lugar ahí, en ese gesto que él comprende y ama. Ve faros en Groenlandia, en Irlanda, en Francia. Faros en lugares imposibles, donde todo se rompe y se quiebra. En tierras polares con aguas llenas de agujas de frio y piensa en el miedo, en el segundo de terror donde la vida puede dejar de existir y comprende que eso mismo es la voluntad de existir.
Él sonríe y se imagina con apellido escandinavo, comiendo arenque frente a una estufa mientras fuera ocurre el fin del mundo. Ella le mira y también sonríe, sabiendo que él escribirá algo sobre faros y mares, por que eso es también su forma de existir.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Cuando el arco se tensa... la flecha tiene que partir


O lo que es lo mismo, cuando todo cansa es que algo tiene que cambiar. Cambiar o dejar, o soltar, por que las prioridades se mezclan y de repente parece que todo tiene una importancia vital. Todo y nada son hermanos, tanto que casi siempre se puede cambiar "Todo" por "Nada" o "Nada" por "Todo" en casi cualquier frase. Todo es urgente, todo es importante... si todo es urgente o todo es importante, va a ser que nada es urgente ni nada importante. El orden... la estructura. Hay quien vive bien en el caos, en ese estado tan "molador" que también llaman entropía (aunque tengo la sospecha de que la entropía también alberga otro tipo de orden). Como el nadador que sueltan en medio del océano y no deja de nadar sin saber hacia donde, a qué ritmo, ni si merece la pena nadar. Hay gente que vive así, o casi mejor dicho, pasa-la-vida-así, o mejor incluso "la-vida-le-pasa-así". Conozco a unos cuantos. Suelen ser sifones, torbellinos y agujeros negros que todo lo absorben, que no discriminan ni deciden, por que "todo" les vale, "todo" les sirve. A veces tiendo a comportarme también así. Lo bueno es que me canso, lo malo es que me cuesta acostumbrarme.
Cuando el arco se tensa, la flecha tiene que partir. El título no es mio, es de Ferrán Lobo y E. se empeñó tanto en que leyera ese texto que acabé por no leerlo, aunque el título resuene de vez en cuando en mi cabeza. Es categórico y rotundo, como la verdad y como casi todas la verdades, se puede interpretar. Tampoco es plan de salir corriendo cuando uno se cansa, pero sí que es la señal para tomar decisiones, para soltar cosas. R. siempre me dice que tenemos las manos pequeñas y que para coger algo, siempre hay que soltar algo. Todo no se puede (Nada tampoco se puede). Así que aquí estoy, de vuelta, escribiendo por que parece que algo tengo que decirme y algo tengo que contar.
Hola, de nuevo.