viernes, 12 de marzo de 2010

Daños colaterales


Estoy sufriendo alguna clase de disociación social. A ver! que levante la mano quien esté de acuerdo conmigo... vale, lo explico un poco más.
Al principio esto de la crisis era más un estado mental que algo que repercutiera directamente (por lo menos a mí) en las diminutas escalas monetarias de "la masa trabajadora". Luego vinieron hipotecas y bancos y la construcción se fue al garete. Luego los despachos de arquitectura, donde empezaron a producirse dramáticos recortes de personal y falsos autónomos (que este mundillo está lleno de ellos). A partir de ahí, donde sólo sobrevivieron los más fuertes o los que contaban con un rancio respaldo económico (sí, sí, aquellos que se mantenían con los dineros de papá arquitecto/ingeniero o notario), así es que se fue cerrando el cerco y ganando agujeros inexistentes para el cinturón. Es decir, no sólo se hicieron recortes si no que se empezaron a cambiar las formas. Renació la opresión, el estrés (el de verdad) y vino a relucir el tiranismo sin límites. El resultado es un "estado de la cuestión" muy similar al de la ley "Patriótica", recorte de lo que nos hace humanos y nos convierte en máquinas, en pro de la Empresa o Nación (que a estas alturas lo mismo da). Los que apuntaban maneras tiránicas florecieron como Nerones o Calígulas de tres al cuarto y se hizo célebre la frase de: "si no te gusta, te puedes ir" (como si a uno se lo tuvieran que decir). Así que aquí estamos. Te grito, te humillo, tienes que trabajar más horas (sin cobrar, no seas mezquino y no sabotees mi Empresa), tienes que hacerlo "bien" (o sea a la manera del dictador), esto es una mierda (o sea, "hazlo como-en-mi-visión-de-tres-segundos-de-ayer-a-las-cuatro-de-la-mañana, que no te enteras, mierda que eres un mierda"), esto tenía que estar hecho desde hace tres semanas y hay que entregarlo hoy (pero no te lo he dicho ni te he dado la información por que eres un mierda) y para finalizar "al final tengo que hacerlo todo yo" (o sea, cuando miro tu trabajo, no es exactamente como en-la-visión-de-tres-segundos-de-ayer-a-las-cuatro-de-la mañana y lo envía al cliente con su mail y firma).

Ése es el estado. Nada es suficiente, nada está bien (no importa la dedicación, medios y sudor) y siempre estás en deuda. A uno le torturan en pro de un bien mayor, a saber: la Empresa de otro. No importa que ese otro esté forrado, tenga propiedades y casas para vivir cada día en una distinta. No importa que tenga el ultimísimo coche-tanque que salga al mercado, o se vaya de vacaciones a cualquier paraíso donde jamás podrás ir (por que también decide tus vacaciones y en esas fechas no hay quien viaje barato). Ni siquiera importa que para comer vaya al mejor restaurante o que (en un alarde de bajeza) coma en el despacho canapés y bocadillos traídos expresamente de la repostería más cara, mientras se queja del olor a comida rancia y de tupper que sus empleados mastican en un rincón, haciendo cola para el microondas. Nada importa.

Cuando al fin escapas, cuando sales a la calle (con suerte no es de noche) y te subes al metro a reunirte con "la masa", oyes las grabaciones de un señor que dice "cede los asientos" o "protege lo tuyo, el carterista te vigila" y sólo te dan ganas de reventar, a ti mismo, al primero que te pise o a la puta grabación que también te dice que tienes que hacer para ser cívico.

Sí, la conclusión es que me estoy psicopatizando. Odio la situación, odio a la puta empresa, odio el puto sueldo que paga el alquiler desequilibrado, odio los tuppers, odio a la gente tan pisoteada como yo, odio a los que tienen lo que quieren y no lo que se merecen y por último, me empiezo a odiar a mi. Es un mal camino, pero por ahora no hay otro.

A ver!, que levante la mano el que esté de acuerdo conmigo. Sí, los psicópatas también, gracias.

viernes, 5 de marzo de 2010

Pínteme usted un ojo, aquí en la frente.


Creo que todo empezó con El Secreto. Yo, la verdad, que poco caso le hacía. Me parecía que un libro que se vende como rosquillas y se convierte en bestseller con una portada tan ñoña, debía ser de lo más tontón que se podía leer. Luego vinieron charlas de sobremesa con Lopack, los milagros de la física cuántica y la adquisición de poderes Jedi. Aquí, ya estaba un poco perdido, aunque algo se quedaba rebotando en la cabeza. Tras eso, vino el Kybalion (primero comentado en LRV y luego comprado en mercadillo) y empezaron a abrirse puertas y posibilidades. Por último y para enredarlo más, apareció Dan Brown (sí, lo sé... lo sé...) y sus historias sobre ciencias noéticas (que nombre tan atractivo) y mezclas entre mística, filosofía, religión, física, masones y todo lo que el pobre hombre pudo meter. A estas alturas yo ya estaba hecho un ovillo (un lío gordo, vamos), así que invoqué a mi buen amigo el oráculo J. que me recomendó "cuestiones cuánticas" y me advirtió de los peligros de las informaciones sesgadas... sin tener en cuenta que no sé lo suficiente para saber qué es sesgado y qué no...
A ver... por ahora casi ni parpadeo, sólo leo y absorbo. Entre medio se ha cruzado "the fourth kind" con una teoría sobre dioses-extraterrestres-interdimensionales; y ahora "los hombres que miraban fijamente a las cabras" y ... bueno, no sé todavía cómo diablos se relaciona todo esto, si es que se tiene que relacionar. Tengo la sospecha de que sí. Tengo la sospecha de que somos capaces de más, de que creer transforma nuestra realidad. Somos dioses capaces de crear nuestra propia creencia.
Por ahora, sólo puedo decir que soy indeterminista y causalidiano y que, sobretodo, por todo lo expuesto... tengo unas ganas locas de CREÆR.
Soy carne de cañón para las sectas...

lunes, 1 de marzo de 2010

Agentes dobles


Cuentan por ahí que existen espacios (habitáculos) discretos (más bien secretos) donde las paradojas no lo son tanto y donde se reconcilian realidad y ficción. La amplitud de miras, el plano general y el zoom inverso (contrazoom?) hacen posible este pequeño milagro. Resulta que hay una peluquería, de las caras, donde además de lo propio también se ofrecen otros servicios. No me estoy refiriendo a las peluquerías chinas de final feliz, no. Ésta es una peluquería donde a uno le sirven cafés con leche y croissants mientras espera. Donde a uno le hacen la manicura si se descuida y si lee con demasiado atención el "Hola", "Lecturas" o el "Muy interesante" (no me parece que vayan a haber "Interviús"), se puede encontrar con las uñas pintadas y tapaporos con doble capa de minio (para evitar la oxidación). Una cosa espectacular, vamos.
Si uno se pone a investigar en este rincón del hedonismo, puede incluso localizar el pequeño ascensor que de manera "totalmente confidencial" le lleva a otra planta donde se realizan cualesquiera de las alquimias corporales que uno pueda imaginar, incluso las más obscenas y pervertidas tales como baños y masajes de chocolate. Todo esto, claro está, se ofrece por que uno lo paga, con dinero o con horas de trabajo infame, que lo mismo es. Lo extraordinario, el secreto que oculta y que deja boquiabierto, no es el onanismo sin culpas que ofrece. El secreto se esconde en un pequeño cuarto al fondo de la sala de corte, junto a los lavabos... En ese cuarto se arreglan, peinan y lavan pelucas, con sus dueños dentro (quizá ahí si hayan "Interviús". La persona que por uno u otro motivo ha decidido sentirse culpable y parecerse a algo que no es o que fue y que por ello se esconde, tiene su lugar aquí.
Las pelucas tienen algo raro que no logro identificar. Quizá es que como animales sociales aceptamos y tal vez compadecemos una pierna de plástico o un brazo mecánico por su innegable utilidad. Dejan de ser accesorios y se convierten en herramientas. Sin embargo, cuando se trata de una peluca me confundo. Las pelucas mueven un poco a la risa y hacen sospechoso a quien las lleva. Tal vez es por que es una antigua forma de ser quien uno no es o quizá es que estamos acostumbrados al gag de las películas donde al malo le quitan la peluca y lo dejan "desnudo", frágil, avergonzado por ser descubierto en su intimidad.
A ese cuarto, al que me estaba refiriendo, llegan calvos y calvas y se esconden, se ocultan de los demás y de sí mismos y esperan a que limpien, laven, atusen y moldeen su pelo de mentira. Dos horas sentados, solos, con su accesorio que reposa en una cabeza de plástico. Puede parecer surrealista pero lo más sorprendente es que si no quieren esperar le prestan un pelo de repuesto y con ese pelo salen y se pasean y se convierten en otras personas (agentes dobles) como aquel personaje de Millás que tenía un bigote postizo. La verdad es que somos peculiares, tan complicados y complejos que uno se sorprende de estar en el peldaño más alto de la cadena alimentaria. A veces uno siente que bastaría un soplido para derribarnos. Como decía Juan Antonio Cebrián, con media sonrisa,... estamos abocados a la extinción.