lunes, 1 de marzo de 2010

Agentes dobles


Cuentan por ahí que existen espacios (habitáculos) discretos (más bien secretos) donde las paradojas no lo son tanto y donde se reconcilian realidad y ficción. La amplitud de miras, el plano general y el zoom inverso (contrazoom?) hacen posible este pequeño milagro. Resulta que hay una peluquería, de las caras, donde además de lo propio también se ofrecen otros servicios. No me estoy refiriendo a las peluquerías chinas de final feliz, no. Ésta es una peluquería donde a uno le sirven cafés con leche y croissants mientras espera. Donde a uno le hacen la manicura si se descuida y si lee con demasiado atención el "Hola", "Lecturas" o el "Muy interesante" (no me parece que vayan a haber "Interviús"), se puede encontrar con las uñas pintadas y tapaporos con doble capa de minio (para evitar la oxidación). Una cosa espectacular, vamos.
Si uno se pone a investigar en este rincón del hedonismo, puede incluso localizar el pequeño ascensor que de manera "totalmente confidencial" le lleva a otra planta donde se realizan cualesquiera de las alquimias corporales que uno pueda imaginar, incluso las más obscenas y pervertidas tales como baños y masajes de chocolate. Todo esto, claro está, se ofrece por que uno lo paga, con dinero o con horas de trabajo infame, que lo mismo es. Lo extraordinario, el secreto que oculta y que deja boquiabierto, no es el onanismo sin culpas que ofrece. El secreto se esconde en un pequeño cuarto al fondo de la sala de corte, junto a los lavabos... En ese cuarto se arreglan, peinan y lavan pelucas, con sus dueños dentro (quizá ahí si hayan "Interviús". La persona que por uno u otro motivo ha decidido sentirse culpable y parecerse a algo que no es o que fue y que por ello se esconde, tiene su lugar aquí.
Las pelucas tienen algo raro que no logro identificar. Quizá es que como animales sociales aceptamos y tal vez compadecemos una pierna de plástico o un brazo mecánico por su innegable utilidad. Dejan de ser accesorios y se convierten en herramientas. Sin embargo, cuando se trata de una peluca me confundo. Las pelucas mueven un poco a la risa y hacen sospechoso a quien las lleva. Tal vez es por que es una antigua forma de ser quien uno no es o quizá es que estamos acostumbrados al gag de las películas donde al malo le quitan la peluca y lo dejan "desnudo", frágil, avergonzado por ser descubierto en su intimidad.
A ese cuarto, al que me estaba refiriendo, llegan calvos y calvas y se esconden, se ocultan de los demás y de sí mismos y esperan a que limpien, laven, atusen y moldeen su pelo de mentira. Dos horas sentados, solos, con su accesorio que reposa en una cabeza de plástico. Puede parecer surrealista pero lo más sorprendente es que si no quieren esperar le prestan un pelo de repuesto y con ese pelo salen y se pasean y se convierten en otras personas (agentes dobles) como aquel personaje de Millás que tenía un bigote postizo. La verdad es que somos peculiares, tan complicados y complejos que uno se sorprende de estar en el peldaño más alto de la cadena alimentaria. A veces uno siente que bastaría un soplido para derribarnos. Como decía Juan Antonio Cebrián, con media sonrisa,... estamos abocados a la extinción.

1 comentario:

  1. resulta incongruente...pero te he visualizado con una peluca estilo Yackson Five con el único objetivo de inspeccionar el cuarto recóndito de la metamorfosis...
    Me alegro de volver a leerte¡

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