En 8º de E.G.B. era el chico que más rápido corría. Mis momentos de gloria empezaban los viernes a eso de las 12. Hacíamos gimnasia en un campo de fútbol por que el colegio, aunque era privado y caro, no tenía gimnasio, ni pabellón, ni siquiera patio (el recreo lo hacíamos en la terraza del cole). Don J. y creo que después Don J. (otro J), nos sacaban (en fila de a dos y dándonos la mano) al campo del Sta. E. Club de Fútbol. Hacíamos estiramientos y ejercicios de esos de estirar los brazos como un molinete y de esos en los que te doblas y te tienes que tocar la punta de los pies. Más o menos, duraba media hora. Luego tocaba correr.
En clase y creo que fue en 6º, entró un chico nuevo, L. Era una joven promesa del atletismo y desde entonces fue siempre el ojito derecho de los profes de gimnasia. Los demás corríamos a bulto, esperando pasar desapercibidos para escondernos detrás de los árboles que rodeaban el campo. A ninguno nos gustaba correr, era muy aburrido. Hasta que llegó L. y todos quisimos ser como L. No era muy listo, pero era guapo y corría mucho, así que como la gran mayoría no éramos muy listos y las chicas no nos miraban mucho, pensamos que lo suyo sería correr tanto y tan bien como L. Tenía fondo, podía correr 3 campos sin cansarse, pero no era rápido. Yo descubrí que podía correr más rápido, mucho. Las piernas se me ponían como locas y sólo tocaba el suelo con la punta de los pies. No sé si era bonito verme correr, no sé si tenía estilo o si se veían las rayas del viento detrás de mi. Sólo sé que corría con toda mi alma. No llegaba a completar el campo y cuando tenía que parar, el corazón se me salía del pecho y me dolía respirar. Al ratito pasaba L. con su trote y seguía corriendo y yo me quedaba morado tumbado en el suelo. A los profes le gustaba, me decían que yo hacía de "liebre" y que estaba bien que le marcara un ritmo a la estrella del atletismo. L. se hizo mi amigo, no sé si por que los dos éramos igual de tontos o por que yo le hacía de "liebre". No sé.
A mí lo que me importaba era que los viernes, a eso de las 12:30, corría como el viento, que por unos cientos de metros no había nadie delante de mi y que por unos instantes sentía que era capaz de cualquier cosa.
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